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Aunque insuficientes para reducir el calentamiento global, los datos aquí citados son alentadores para mejorar la calidad de vida en el planeta, a la vez que plantean incógnitas sobre el desarrollo económico y social de aquellos países petroleros que despreciaron posibilidades al dilapidar sus enormes ingresos. ¿una mano adelante y otra atrás?
Hasta ahora nada hace pensar que la producción de energía renovable desplazará a corto o mediano plazo a la proveniente de combustibles fósiles, pero hay signos alentadores que comienzan a aparecer: solo en Estados Unidos la inversión en plantas movidas por viento promedió 13 mil millones de dólares anuales entre 2008 y 2013.
La generación eléctrica por fuentes renovables significó 9.8 por ciento del consumo total en Estados Unidos durante 2014, lo que, según estadísticas del Departamento de Energía (DOE), constituyó el porcentaje más elevado desde la década de los 30, cuando la madera ocupó un puesto mayor como suministrador de energía.
Las energías solar, eólica y de biocombustibles, han crecido de manera sostenida desde el año 2001 y deberán continuar en esa misma dirección de manera imperiosa. Informes de la DOE explican que la eólica pasó de 70 trillones de btu en 2001 a 1700 trillones de btu en 2014, mientras en ese mismo período la solar, la termal y la fotovoltaica pasó de 64 trillones de btu a 427 trillones de btu, y la procedente de biocombustibles pasó de 253 trillones de btu a 2.068 trillones.
Otro elemento importante que se observó el año pasado en el patrón de generación energética de la principal economía del mundo es que la hidroelectricidad fue la principal fuente renovable en el 2014, pero sus niveles de producción han decrecido en forma progresiva desde los años 90.
Y algo más: el sector industrial consumió 24 por ciento de la energía renovable durante el año pasado en Estados Unidos -casi toda proveniente de biomasa (madera, basura y biocombustibles-, tanto en procesos manufactureros como en calefacción y en generación eléctrica. Al mismo tiempo, el uso de la energía renovable en sector transporte registró el mayor índice de crecimiento (13 por ciento), hecho que es consecuencia de la fabricación de motores cada vez más eficientes, de la tecnología de los híbridos y por la incorporación de etanol y biodiesel a los combustibles que se expenden en un elevado número de estaciones de servicio.
Es claro que las emisiones de efecto invernadero, causantes del aumento de la temperatura del planeta y otros daños, podrían reducirse a tasas mucho más veloces pero la lucha de intereses surte su efecto: las grandes transnacionales del petróleo, la industria automotriz y otras, se niegan a perder terreno y, claro está la responsabilidad fundamental recae en las principales economías. Hay grandes ciudades norteamericanas en las cuales el transporte público masivo es casi inexistente, lo que obliga a cada familia a poseer varios vehículos.
Como parte de los datos sueltos reveladores del desarrollo de la producción de energía distinta a la proveniente de los hidrocarburos, se puede advertir que Texas, considerado la capital petrolera mundial por excelencia, está a la cabeza de los Estados con mayor capacidad instalada de plantas de electricidad eólicas, seguido por California, Iowa y Dakota del Sur. Cerca de 25 por ciento de la electricidad utilizada en esos Estados es generada por viento.
A pesar del elevado nivel de salinidad que reduce la vida útil de los equipos, Hawaii adoptó la política de acelerar la producción de electricidad de fuentes renovables. La meta fijada para el año 2045 es la eliminación total de su dependencia eléctrica de combustibles fósiles, mientras California planea cubrir en 2030 el 50 por ciento de sus necesidades con energía renovable.
No es difícil constatar, además, como de manera silenciosa se expande la instalación de paneles solares en Texas. Durante un viaje a San Antonio y Austin observé los paneles, en los cuales el gasto inicial es fuerte pero luego el bajo costo de mantenimiento permite recuperar la inversión de manera segura.
Otros entes del sector indican que el crecimiento de la inversión en energía eléctrica eólica superó los 80 mil millones de dólares en 2013. Dinamarca, país pequeño pero avanzado en la fabricación y exportación de equipos para la industria eléctrica eólica, el año pasado obtuvo de esa fuente 40 por ciento de sus necesidades energéticas.
Arabia Saudita, exportador de hidrocarburos durante muchas décadas y símbolo de riqueza fácil, también da muestras de no querer quedarse a la zaga en la adopción de políticas oficiales para reducir las emisiones de dióxido de carbono aunque, por supuesto, sus intereses seguirán por muchos años en la industria de los hidrocarburos. Ali Naimi, ministro de petróleo, sorprendió hace poco con la declaración según la cual Arabia Saudita podrá abandonar en 2040 el uso de los combustibles fósiles y se transformará en una «potencia mundial de la energía solar y eólica».
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