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“La eólica es competitiva en más y más mercados -dijo Letha Tawney del Instituto Mundial de Recursos-. Pero cuando hay incertidumbre respecto de la exención impositiva para su producción, se detiene.”
Hace un par de años, lo inteligente era invertir en energía eólica. En 2012, se instalaron en Estados Unidos 13 gigavatios de capacidad de generación, suficiente para cubrir las necesidades de unos 3 millones de hogares. Eso representó alrededor de 40% de la capacidad agregada a la red energética ese año; en 2011 la fuerza eólica había agregado 7 gigavatios y en 2010, sólo un poco más de 5.
Pero se terminó un subsidio federal y en 2013 sólo se instaló un gigavatio de capacidad energética eólica. En el primer semestre de este año, se adicionaron 0,835 GW. Con un Congreso que tiene poco interés en la energía renovable, el futuro es incierto.
Las vacilaciones en el camino a un futuro de bajas emisiones de carbono no son algo que sólo atañe a los Estados Unidos. En su último informe de Perspectivas de Tecnología Energética, la Agencia Internacional de Energía señaló que la instalación de electricidad fotovoltaica y eólica cumplía con las metas establecidas para ayudar a evitar que las temperaturas se eleven más de 2 grados Celsius por sobre el promedio de la era preindustrial, el límite acordado para evitar una conmoción climática realmente destructiva.
Pero la organización señaló que otras tecnologías -bioenergía, geotérmica y vientos marítimos- van a la zaga. Y señaló que la inversión mundial en energía renovable se desacelera, cayendo a US$ 211.000 millones en 2013, 22% menos que en 2011.
Estas vacilaciones subrayan tanto las buenas como las malas noticias acerca del trastabillante avance del mundo hacia la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
La buena noticia es que la humanidad desarrolla tecnologías prometedoras, que permitieron a la Agencia de Protección Ambiental aprobar normas que apuntan a reducir 30% las emisiones de dióxido de carbono de usinas estadounidenses en 2030, respecto de 2005. La mala noticia es que la civilización, en su mayor parte, no está en este camino.
Las nuevas tecnologías energéticas se han vuelto más competitivas. La Administración de Información de Energía de EE.UU. proyecta que el costo nivelado de energía eólica en tierra firme que entrará en la red en 2019 podría ser de no más de US$ 71 por megawatt-hora, sin subsidios. Esto es US$ 16 menos que la proyección de costos de hace 4 años.
Existe el desafío de aprovechar la energía de fuentes como el sol o el viento. Los expertos creen que enganchar plantas solares y eólicas con generadores a gas, más el uso de nuevas tecnologías de manejo de cargas para alinear la demanda de energía con una oferta variable, ofrece un camino prometedor.
Nuevas proyecciones de la Administración de Información de Energía hasta 2040 muestran una caída aún mayor de los precios de fuentes renovables. Y la energía nuclear también se vuelve más competitiva.
Pero el progreso vacila en varios frentes. La caída de los precios de celdas fotovoltaicas de 2008 a 2012 se detuvo prácticamente en 2013. Y las tecnologías de captura de carbono siguen afectadas por altos costos, escasas inversiones y falta de voluntad.
Pese a la caída de los costos de la energía renovable en EE.UU., los supuestos de base de la Administración de Información de Energía proyectan que en 2040 sólo 16,5% de la generación eléctrica provendrá de fuentes renovables (hoy es 13%).
Hay una herramienta disponible para reducir las emisiones de carbono en una escala relevante: un impuesto a esas emisiones. Pero esa solución no está sobre la mesa. Si se pusiera un tributo en 2015, partiendo de US$ 25 y subiendo 5% por año, la Administración de Información de Energía estima que las emisiones de usinas estadounidenses caería a 419 millones de toneladas para 2040. Las emisiones de dióxido de carbono por el uso de energía en EE.UU. caerían a US$ 3600 millones de toneladas, US$ 1800 millones menos que hoy. No basta con esto, porque la propuesta no garantiza que EE.UU. reduzca en 80% las emisiones de gases de efecto invernadero, una meta a la que se apunta y que, según los expertos, debe alcanzarse en 2050 si se quiere evitar el caos climático.