Por Pedro Fresco
Los bulos y las mitologías que envuelven a la energía eólica no son excesivamente distintos a aquellos que se difunden sobre la fotovoltaica. Las energías renovables, en general, son el objetivo a batir de determinados grupos con intereses políticos, económicos o personales que no quieren que se produzca una transición a las renovables o, al menos, quieren que se produzca de la manera más lenta posible. Al ser el mismo objetivo generalmente se las ataca en bloque, aunque también hay bulos que son específicos de la energía eólica.
Diría que hay dos tipos de mitos y bulos. Hay algunos que ni siquiera los calificaría como tal, sino más bien como barbaridades o “cuñadismos energéticos” (usando prestado el término del gran Antonio Solar). Allí entraría el reciente caso de los conejos que se volvieron carnívoros por estar cerca de un parque eólico o aquellos llamativos síntomas sobre la salud que algunas personas indicaron que padecían desde que tuvieron cerca parques eólicos, como aumento de las dioptrías, envejecimiento repentino, falta de deseo sexual o necesidad de ir continuamente al cuarto de baño. Estas “anécdotas” son hasta graciosas y, más allá de su circulación en algunos ambientes de pensamiento especialmente conspirativo, no suponen mayor peligro.
Los que sí son peligrosos, y son los que trato en mi último libro Energy Fakes, son aquellos que son verosímiles, populares y bastante extendidos. Los ataques que reciben las energías renovables en general provienen de dos grupos aparentemente antagónicos entre sí, pero que dicen las mismas cosas: los colapsistas y los retardistas climáticos. Ambos aseguran que es imposible que las energías renovables puedan satisfacer el consumo energético de la humanidad, que son energías caras y subvencionadas, que no hay materiales para construirlas, que se necesita más energía para fabricarlas e instalarlas que la energía que después nos pueden aportar o que no pueden ser integradas en la red eléctrica.
Esta colección de bulos no es más que un argumentario construido con informaciones y chascarrillos recolectados de cosas que se llevan diciendo décadas. Algunas de ellas fueron ciertas en el pasado y, gracias al desarrollo tecnológico de los últimos tiempos, ya no lo son (como aquello de que son caras o no pueden integrarse en grandes porcentajes en la red eléctrica), pero otras no son más que obsesiones irracionales o manipulaciones interesadas para crear confusión, incertidumbre y, así, intentar que el cambio no se produzca.
Sobre mitos más específicos de la eólica, me gustaría destacar tres. El primero es aquel que nos encontramos cada verano cuando hay incendios, y es ese que asegura que se está quemando monte para facilitar la instalación de parques eólicos. Este bulo se rebate cada vez que aparece, pero meses después vuelve a aparecer y hay que volver a rebatirlo. La quema de un terreno no facilita la instalación de un parque eólico, es más, diría que más bien lo dificulta, pero da igual las veces que se rebata, siempre vuelve a salir junto a aquel montaje fotográfico de un parque eólico en Grecia en que se juega con la perspectiva para crear el equívoco.
Otro mito muy extendido es aquel de que la instalación de eólica daña al turismo de una zona. He analizado una decena de artículos científicos sobre la cuestión y puedo decir que no he encontrado evidencia alguna de que esto sea así. Tan sólo he leído un artículo que, en mi opinión, forzaba las conclusiones para decir que existía un muy pequeño efecto negativo de los aerogeneradores sobre el turismo, algo que analizando los números del propio artículo parecía más bien querer ver cosas donde no las hay (se veían efectos contradictorios en función del año y si el municipio estaba en la costa o en el interior).
Este mito, por cierto, también se ha extendido a la energía fotovoltaica, aunque no hay tantos estudios en este caso porque los grandes parques solares son bastante más recientes que los parques eólicos. La única relación acreditada que he encontrado entre turismo y renovables son los tours turísticos que se hacen en muchas partes del mundo para visitar parques eólicos marinos o incluso parques solares.
El tercer mito que quería destacar es el del terrible efecto de los aerogeneradores sobre las aves. Obviamente los aerogeneradores matan aves, la cuestión es que matan muchísimo menos que otras infraestructuras humanas como los edificios, los vehículos, el envenenamiento o la colisión con las líneas eléctricas. Y la causa mayor: los gatos domésticos, que no son una infraestructura, pero su extensión sí ha sido responsabilidad humana. No, los aerogeneradores no son una amenaza existencial para las aves. Otra cosa es que los parques estén en zonas donde dañen a especies muy sensibles, pero para analizar esto están los estudios de impacto ambiental y las correspondientes autorizaciones y, además, existen cada vez más medidas preventivas, correctoras y compensatorias para minimizar los impactos negativos de los parques eólicos.
Hay muchos más mitos y ni siquiera he podido recogernos todos en Energy Fakes, porque hubiese sido un libro infinito. Los bulos, además, se reciclan, se recombinan y se adaptan para sobrevivir y generar desconfianza, que es su objetivo fundamental. En el fondo, son como un virus, que muta, se contagia y se adapta cuando lo combates. De ahí que sean tan difíciles de erradicar.
Pero seamos optimistas. Los seres humanos solo hemos conseguido erradicar la viruela, pero si hemos reducido la incidencia y gravedad de gran número de virus y enfermedades. Con los bulos podemos y debemos hacer lo mismo. Nunca los erradicaremos, siempre sobrevivirán en oscuros reservorios de internet y mutarán para intentar confundir de otra manera, pero reduciremos su efecto nocivo sobre nuestra sociedad.
Porque no hay sociedad que pueda progresar si los mitos, los bulos y el pensamiento conspirativo acaban dominándola. Las fake news son un gran problema de nuestra época y en el sector de la energía no estamos ajenos a esto. Pongámonos manos a la obra para combatirlas, porque sino ellas acabarán con nosotros.
Enlaces de interés:
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