A Maracaibo le dicen ‘la tierra del sol amada’. La ciudad petrolera por excelencia de Venezuela, epicentro de la principal fuente de ingresos del país, es popularmente conocida por su intensa incidencia solar y sus altas temperaturas.
Aun así, la capital del estado Zulia, en el extremo occidental del país y fronterizo con el norte de Colombia, vive en las penumbras. Sus dos millones de habitantes suelen estar sometidos a extenuantes jornadas sin electricidad, que van de cuatro horas a varios días, sin la posibilidad de usar aires acondicionados, comunicarse o preservar alimentos perecederos.
Esto ocurre a pesar de que en 1888 Maracaibo se convirtió en la primera ciudad venezolana en tener electricidad y la segunda en América Latina después de Buenos Aires y hoy está rodeada de una docena de termoeléctricas, además de cientos de pozos petroleros y varias minas de carbón.
Cuenta también con una planta solar y un parque eólico sin operar al norte, en la región de La Guajira, evidencia de la paradoja de que tener infraestructura de energías renovables no necesariamente significa tener electricidad en una Venezuela inmersa desde hace años en una crisis política, económica, humanitaria y, ahora, por la pandemia. Durante los seis meses de pandemia -entre abril y septiembre- 20 000 de las 84 000 fallas eléctricas registradas en el país se dieron en el Zulia, de acuerdo al conteo realizado por el Comité de Afectados por los Apagones, una ONG que monitorea los impactos de la crisis eléctrica sobre la población.
A sus 70 años Nirida Sánchez vive intranquila. A esta docente que se niega a jubilarse, los apagones le dañaron la lavadora y el microondas en su casa de Machiques de Perijá, una ciudad vecina a Maracaibo.
“Soy una esclava, porque a cualquier hora que viene un bajón debo salir corriendo a apagar todo para que no se me estropee otro aparato, esto es una desasosiego”, dice. Para esta jubilada, la peor parte es que el servicio eléctrico es suspendido a diario de 6:00 de la tarde a 9:00 de la noche, más las fallas imprevistas.
Sembrando luz
De acuerdo al mapa solar y eólico del Atlas Global de la Agencia Internacional Energías Renovables (IRENA), en Venezuela hay un gran potencial para la generación de energía limpia.
La razón son las altas velocidades de los vientos: entre ocho y nueve metros por segundo en muchas zonas del oriente, centro-norte, sur y occidente del país. A estas se suma un potencial solar promedio de 236 vatios/m2 en todo el país, un buen número si se considera que ese mismo mapa registra 276 W/m2 para el desierto de Atacama en Chile, la zona con mayor potencial de energía solar en todo el continente.
Este potencial de energías renovables abarca toda la geografía venezolana: desde la isla de Margarita y la península de Paria en el extremo oriente, pasando por el densamente poblado centro-norte y llegando incluso a zonas de la cordillera de los Andes y el sur. Pero los más altos registros están en los estados noroccidentales, como Zulia y Falcón.
Con esta base el gobierno de Hugo Chávez (1999-2013) diseñó el programa estatal Sembrando Luz, iniciando la instalación de microrredes de sistemas híbridos eólicos-solares, con respaldos en gasoil y baterías para emergencias, para atender a miles de comunidades rurales alejadas.
El nombre del programa proviene de la mítica frase “sembrar el petróleo” con la que el escritor Arturo Uslar Pietri -integrante de la generación del ‘boom latinoamericano’- llamaba a invertir los novedosos ingresos petroleros en diversificar la economía venezolana y evitar los vicios del rentismo. Chávez encargó a la Fundación para el Desarrollo del Servicio Eléctrico (Fundelec) el lograrlo.
El programa, sin embargo, terminó completamente abandonado a raíz de la caída de los precios del petróleo, primero en 2008 y luego en 2014, según la investigación histórica “Renta petrolera y electrificación en Venezuela: Análisis histórico y transición hacia la sostenibilidad”, realizada por ingenieros de la Universidad del Zulia y publicada en 2017.
Su texto académico revela que entre 2005 y 2009, el programa instaló 850 sistemas fotovoltaicos de 1.200 y 3.840 vatios en escuelas, puestos de salud, centros comunitarios con acceso a Internet y puestos fronterizos ubicados en medio millar de comunidades aisladas, indígenas y criollas (comunidades no indígenas en áreas indígenas).
Asimismo, el gobierno instaló paneles de 30 y 60 vatios en unas 1.899 viviendas, así como 294 potabilizadoras, bombas y desalinizadoras de agua.
Con los sistemas híbridos hubo logros más escasos. Sólo se instalaron 18, cada uno con capacidad para alimentar entre 10 y 40 viviendas, para un total de 300. La mitad está en comunidades indígenas wayúu de la desértica península de La Guajira, cuatro en la península de Paraguaná, dos en el andino estado de Mérida y tres en el estado de Sucre, coincidiendo con el mapa de incidencia solar.
Así, en teoría, el programa atendió a 202.000 personas que figuraban entre la población no electrificada, repartidas en 932 comunidades.
Sembrando Luz aceleró su paso, instalando dos mil sistemas fotovoltaicos entre 2009 y 2011 en todo el país. Luego comenzó su declive: los dos años siguientes apenas reportó 200 sistemas y finalmente solo 50 en 2013.
Vista del proyecto solar abandonado en la isla de Gran Roque, en el Parque Nacional Archipiélago de Los Roques. Imagen: de Google Earth
Se apagó la cosecha
El programa Sembrando Luz también inició la construcción de dos parques eólicos con una capacidad inicial de 25 megavatios (MW) y 75 MW en Paraguaná y La Guajira respectivamente. Luego se anunció que podrían generar 100 MW y 500 MW.
“El Parque Eólico de Paraguaná será el primero que inauguremos el próximo año”, prometió Chávez en noviembre de 2006. Como también sucedió con centrales hidroeléctricas, represas y termoeléctricas, gobernadores, alcaldes y ministros anunciaban nuevas fecha de inauguración que no se materializaban. Cuatro años después, la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) anunció que comenzaba la construcción de las bases para los 24 aerogeneradores.
En esta sucesión de fechas de culminación, a la que sumaron cifras contradictorias sobre la capacidad instalada o el número de aerogeneradores, se agregó un cambio en el contratista del parque, según reportó la publicación económica El Estímulo. De la empresa española Gamesa inicialmente contratada pasó a la argentina Impsa, también encargada del parque eólico La Guajira y hoy extinta tras declararse en quiebra por falta de pagos desde Venezuela.
En 2013, el entonces ministro de Energía, Jesse Chacón, prometió resolver los problemas eléctricos más urgentes en 100 días, ilusionó al país con lo que llamó “el Guri eólico”. La promesa era equiparar lo generado por la principal fuente de electricidad del país, la central hidroeléctrica del Guri, responsable de 60% de la oferta eléctrica nacional, con aerogeneradores en el mar que generarían 10 000 MW.
Ese año, Venezuela registró su pico de demanda eléctrica con 18 696 MW. La promesa era, al mismo tiempo, que el viento resolvería todos los problemas de apagones, que desde 2010 afectaban al país.
Con la caída del precio del petróleo y el inicio de la recesión económica que ya cumple seis años, la demanda eléctrica fue cayendo hasta los 10 948 MW en 2019, según la Asociación Venezolana de Ingenieros Eléctricos y Mecánicos (Aviem). Esa reducción de 41% no logró -como contó Diálogo Chino en este reportaje– ser cubierta a pesar de la ayuda de China, debido al incumplimiento en levantar decenas de termoeléctricas por la “emergencia eléctrica” en las zonas más alejadas de la represa de Guri, hoy responsable del 85% de la oferta.
Cifras del Ministerio de Energía Eléctrica para finales de 2014 reportaban una capacidad instalada de generación de 30 467 MW, de los cuales 14 879 MW son hidráulicos, 15 477 MW térmicos y 50,20 MW eólicos, así como 3388 sistemas de energía solar, ocho térmicas aisladas y seis microcentrales hidroeléctricas, para un total de 60,82 MW instalados.
Pero la realidad mostraba una foto distinta.
Ese mismo año el diputado opositor Julio Montoya visitó el Parque Eólico Paraguaná y mostró que casi ningún aerogenerador funcionaba. El blog La Quigua también publicó evidencia de la paralización del parque. Los apagones alrededor de la instalación confirmaban la falta de generación eléctrica.
La última vez que el gobierno de Nicolás Maduro dijo algo sobre este parque eólico fue a mediados de 2019, cuando reveló que estaba “recuperando” el funcionamiento de 14 de los 30 aerogeneradores, sin aportar mayor detalle sobre las fallas, el porqué dejó de funcionar o los robos reportados en la zona.
Además de esto, dos proyectos solares a base de paneles comprados a China descansan abandonados sin producir electricidad.
Uno de ellos está ubicado en Gran Roque, la isla más grande del Parque Nacional Archipiélago de Los Roques, en el Caribe venezolano. El proveedor tecnológico fue la empresa china Yingli Green Energy, que anunció que los 4400 paneles solares podrían generar 1,1 MW y abastecer a 400 viviendas.
Pero el proyecto terminado a mediados de 2015 está inoperativo, mientras la instalación a cargo de la desconocida firma local Consorcio Energías Limpias Alternativas Venezolanas (Celav) y la compra de equipos medio de la empresa española Vico Export Solar Energy ha sido cuestionada por el Observatorio de Ecología Política de Venezuela.
Irónicamente, Venezuela posee una fábrica de paneles solares y pequeños aerogeneradores llamada Unidad de Energía Renovables Venezuela (o Unerven) desde 2013. Levantada en Paraguaná, en las cercanías del parque eólico abandonado, recibió una visita en 2018 de Héctor Herrera Jiménez, entonces director general de salud de PDVSA, quien falleció por covid-19 en septiembre.
Lo que el viento se llevó
El Parque Eólico La Guajira auguraba mejores resultados. El proyecto adscrito a la Corporación Eléctrica Nacional (Corpoelec), en lugar de PDVSA, logró transmitir su primer megavatio en 2012 gracias a que también se construyó la subestación y las líneas de transmisión, algo que no se hizo en Paraguaná.
Maduro incluso lo inauguró formalmente en abril de 2013, aunque documentos internos de Corpoelec publicados en una investigación del diario Versión Final revelaron que la instalación tenía fallas diversas, que nunca generó más de 1,3 MW y que solo funcionaba uno de 12 aerogeneradores.
Los funcionarios del Ministerio de Energía Eléctrica dejaron constancia de las fallas encontradas al probar las máquinas instaladas y advertían que debían paralizarse porque se encontraban en mal estado.
Las advertencias fueron ignoradas y el parque eventualmente dejó de funcionar. En 2018 el entonces ministro Luis Motta Domínguez, hoy buscado por la justicia estadounidense por sobornos relacionados a la compra de equipos eléctricos, admitió que “el parque fue completamente desvalijado” y aseguró que cuatro de aerogeneradores se podían recuperar.
Al año siguiente, tres de ellos habían sido robados a pesar de la vigilancia militar.
“Sembrando Luz me pareció un proyecto que me pareció vanguardista, muy interesante, único en Latinoamérica”, dijo a Diálogo Chino el investigador Alejandro López-González, coautor de la investigación sobre la cronología de las energías renovables en el país a partir de 1958 y quien trabajó en el Ministerio de Energía Eléctrica entre 2011 y 2016.
Ahora como académico de la Universidad Politécnica de Cataluña, en España, donde está estudiando un doctorado en energías renovables, ha publicado nueve artículos arbitrados sobre el abandono de estos promisorios proyectos solares, mientras inicia ahora el estudio del fracaso de los parques eólicos.
Para López-González, además de los problemas de corrupción, mala gestión, escasez de recursos financieros y planificación, el abandono de estos programas obedece a un temor por la sustitución o declive de la industria petrolera.
Es justo lo contrario, dice López-González, quien recuerda que cuando se inauguró la Hidroeléctrica de Guri fue para ahorrar millones de litros de combustibles líquidos que podrían entonces ir a la exportación.
Argumenta que aprovechar el costo de oportunidad por dejar de consumir diésel y gas natural para generar electricidad permitiría cubrir los costos de inversión de producir 40% de la demanda de energía en Venezuela por medio del sol y el viento en tan sólo cuatro años.
Las estimaciones del Instituto Científico Miranda, una organización estatal venezolana con sede en Hungría que promovía la compra de miles de paneles solares de tecnología china pero de fabricación húngara, parecen darle la razón.
En su página web, los investigadores venezolanos radicados en Budapest estimaron que si se dejan de consumir los 2513 millones de litros de diésel, 9832 millones de metros cúbicos de gas natural y 840 millones de litros de fueloil que Corpoelec dijo que se usaban en 2017 en las distintas termoeléctricas, se podría ahorrar en total 3384 millones de dólares al año.
Esa cifra equivaldría a 11% de todas las exportaciones petroleras declaradas en 2018 por el Banco Central de Venezuela, en una economía en la que los combustibles aportan 96% del presupuesto.
Esta es la situación que ha llevado a que a pesar de vivir bajo un sol radiante, contar con recursos naturales abundantes e incluso haber exportado electricidad a Colombia y Brasil en el pasado, Zulia esté en las penumbras.
Este artículo fue publicado originalmente por la plataforma informativa latinoamericana Diálogo Chino.