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En todos los países en los que la energía eólica ha florecido ha habido algún tipo de apoyo gubernamental.
El uso de los combustibles fósiles en la producción de electricidad está siendo mermado por la rápida expansión de las energías limpias. A nivel mundial, la capacidad instalada para generar electricidad mediante energía eólica se ha quintuplicado desde 2007, alcanzando 487GW en 2016. La energía eólica es cada vez más competitiva. El coste normalizado de referencia de la electricidad producida por energía eólica en tierra (onshore) se sitúa en alrededor de 67 dólares/MWh, el tercero más bajo entre las energías renovables. Desde 2009, los precios de las turbinas y el coste de la energía eólica han disminuido un 26% y 66%, respectivamente. Este desempeño es el resultado de políticas públicas y del progreso tecnológico.
En todos los países en los que la energía eólica ha florecido ha habido algún tipo de apoyo gubernamental: subastas de capacidad, contratos a largo plazo, subvenciones, créditos fiscales, tarifas reguladas y metas para la producción de energía renovable. Estas medidas han intentado nivelar el campo de juego entre las energías renovables y los combustibles fósiles para atraer inversión privada. Los gobiernos justifican la intervención como una forma de: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y la contaminación, mejorar la seguridad energética, crear empleos e impulsar el crecimiento económico, así como lograr objetivos geoestratégicos y elevar su prestigio a nivel internacional.
En el frente tecnológico, la productividad de las turbinas eólicas continúa aumentando. Desde finales de los 90, la capacidad promedio de la placa de identificación ha crecido en un 200%, la altura media del buje un 50% y el diámetro medio del rotor más del 100%. Los últimos modelos de turbinas para cuerpos de agua (offshore) tienen una capacidad nominal de hasta 8.000 kW y rotores de hasta 155 metros de longitud. Aunque la energía eólica apenas representa un 4% de la generación mundial de electricidad, los avances tecnológicos en la manufactura de turbinas podrían elevar esta proporción hasta un 20% para 2040. Esto requeriría 2000GW de incorporaciones brutas onshore y otras 200GW offshore, con inversiones combinadas del orden de 4 mil millones de dólares.
Nuestro análisis de los once países en los que BBVA tiene una presencia significativa, más China y Brasil, apunta hacia un futuro prometedor para la energía eólica. En aquellos con ventajas comparativas para su producción, una elevada dependencia de los combustibles fósiles o fuertes objetivos ambientales, las inversiones en energía eólica seguirán fluyendo (en muchos casos, con ayuda del sector público) ya sea en forma de nuevos proyectos o de mejoras en las infraestructuras existentes.
Brasil, China, España y Estados Unidos se encuentran entre los diez principales productores de energía eólica y, junto con Portugal y Uruguay, se mantendrán al frente de la revolución eólica. China continuará siendo el líder en capacidad instalada, inversiones y fabricación de turbinas. Sin embargo, el futuro de la industria dependerá más del compromiso del gobierno chino con su desarrollo que de las condiciones del mercado, ya que el carbón seguirá siendo la fuente de energía más barata al menos a corto plazo. Por su parte, la retirada estadounidense del Acuerdo de París ha hecho que la expansión de las energías renovables dependa ahora de las políticas estatales y locales.
En mercados menos maduros como Argentina, Chile, México y Turquía, la energía eólica experimentará un impulso debido a la mejora de los marcos jurídicos y otras medidas encaminadas a diversificar el mix energético y hacer que los mercados de electricidad sean más eficientes. En Perú, Colombia y Venezuela, la abundancia de energía hidroeléctrica y de combustibles fósiles hace que la adopción de energía eólica sea menos prioritaria que en países con una mayor dependencia de las importaciones de combustibles fósiles como Uruguay, Portugal y España.
En suma, aunque el apoyo de las políticas públicas seguirá desempeñando un papel importante en la expansión de la energía eólica, las ganancias de productividad derivadas del cambio tecnológico harán que las subvenciones y las desgravaciones fiscales sean menos relevantes a medida que el coste de los proyectos eólicos caiga por debajo de otras alternativas. En otras palabras, la inversión vendrá cada vez más de fuentes privadas y se asignará en función de las condiciones del mercado.
Por Marcial Nava
Economista del BBVA Research