REVE
El viento es tan bueno como el oro para Mario Araripe, un magnate brasileño que construyó su imperio aprovechando las mismas ráfagas que hace cinco siglos trajeron a los navegantes portugueses a Sudamérica.
Capturando esas brisas, creó una finca que incluye cerca de 170.000 hectáreas de tierra en el noreste de Brasil y Casa dos Ventos, el gigante de energía eólica que ha desarrollado casi un tercio de la capacidad actual y proyectada de Brasil.
La proporción de la participación de su compañía en esa capacidad, más los ingresos de una venta de activos eólicos por 2,3 mil millones de reales (US$767 millones) a Cubico Sustainable Investments Ltd. el año pasado, han ayudado a Araripe a crear una fortuna personal que el Bloomberg Billionaires Index valora en US$1.300 millones.
«El himno nacional de Brasil dice que el país es un gigante por naturaleza», dice el multimillonario. «La gente siempre pensaba que era por el oro u otros tesoros subterráneos, pero no lo creo. Creo que es porque hay viento”.
En una entrevista de una hora en la sede de Casa dos Ventos en Sao Paulo, Araripe habló del interior nororiental que generó su fortuna, pero que también es famoso por sus dificultades económicas y sus sequías implacables. Los buscadores de fortuna portugueses que llegaron aquí no encontraron oro; forajidos fuertemente armados dirigían básicamente el lugar todavía en los años 1930. Y el gobierno sigue luchando por cumplir con promesas que llevan décadas de instalar incluso infraestructura básica como agua potable.
Hijo de un ingeniero que construyó la infraestructura para combatir las terribles sequías habituales en el noreste, Araripe inició una sinuosa carrera desarrollando propiedades de alta gama.
Ganó su primera pequeña fortuna cuando fundó Construtora Colmeia, una empresa que desarrolló propiedades sobre la playa en Ceará. Después de vender la empresa a sus empleados, rescató una compañía de vehículos todoterreno con el nombre de Troller en 1997.
En pocos años, Troller ya exportaba los vehículos para terrenos accidentados a Kuwait, Arabia Saudita y Angola. A Araripe le gustaba probar los jeeps en largas excursiones por América del Sur, conduciendo hasta Machu Picchu en Perú. En una decisión fundamental, prestó uno a un viejo amigo del Instituto Tecnológico Aeronáutico, una prestigiosa universidad de ingeniería en el estado de Sao Paulo, de la cual Araripe se había graduado en 1977. Su amigo viajó por Ceará para medir el viento. Fue un viaje providencial que marcó un punto de inflexión para la industria eólica brasileña.
Años más tarde, cuando Araripe vendió Troller a Ford Motor Co. por 600 millones de reales, ese mismo amigo lo empujó a invertir en la tecnología en ciernes. La idea cobró forma durante una fiesta de ex alumnos entre cócteles y música.
Finalmente, volvió al lugar donde empezó, en el estado de Ceará, y las estepas abandonadas donde había crecido su familia. En aproximadamente un decenio, había transformado una meseta en medio del Sertao, la palabra portuguesa para el interior agreste, en uno de los centros mundiales para la producción de energía eólica.
Su sociedad de capital cerrado Casa dos Ventos, que significa Casa de los Vientos, es actualmente uno de los mayores clientes de turbinas eólicas de General Electric en América Latina y viene frenando avances de compra de empresas chinas y estadounidenses.
Es el mayor desarrollador de parques eólicos en Brasil y el noveno productor mundial más grande de energía renovable, según el Consejo Global de Energía Eólica.