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Las diferentes tecnologías de generación eléctrica han pasado por distintas fases hasta llegar a su despliegue comercial, todas ellas con diferentes grados de apoyos públicos, hasta alcanzar la llamada competitividad en mercados profundamente imperfectos. Algunas de ellas, como las fósiles, han recibido históricamente y continúan recibiendo, a nivel mundial, europeo y español, subvenciones específicas a su consumo –mucho mayores que los apoyos a las renovables incluso hoy en día– y, junto con las nucleares, fuertemente subsidiadas en su desarrollo, se les sigue protegiendo al no obligarlas a interiorizar los costes de sus elevados impactos medioambientales ni las incertidumbres asociadas a la gestión de residuos o a catástrofes de enormes dimensiones.
Entre las energías renovables, las que han alcanzado un mayor despliegue, como la eólica con 400 GW o la energía solar fotovoltaica con 200 GW instalados -mayoritariamente en países industrializados-, también han recibido apoyos correspondientes a dicho volumen y los seguirán recibiendo a lo largo de la vida útil de los proyectos.
En estas circunstancias, el argumento de que sea el libre mercado quien regule a partir de ahora la introducción de las energías renovables resulta claramente discriminatorio contra las centrales solares termoeléctricas, que solo han recibido apoyos a la instalación de 4 GW a nivel mundial. Este pensamiento podría cercenar el desarrollo de la tecnología que, a juicio de la Agencia Internacional de la Energía, está llamada a jugar en el futuro un papel predominante en muchas regiones del planeta.
Ahora bien, el agravio no debe ser argumento para reclamar apoyos a una tecnología si ésta tiene fundamentos que demuestren su conveniencia y potencial, como es afortunadamente el caso de la termosolar.
El mix de generación necesita un alto grado de gestionabilidad. Para países emergentes en acelerado crecimiento del cinturón solar, cuyas necesidades de abastecimiento de la demanda a cualquier hora del día -también en el pico de la tarde-noche- se va a duplicar en los próximos años, está claro que una gran contribución de las renovables fluyentes llevaría aparejada la doble inversión en ciclos combinados, con el agravante de que la energía generada por éstos saldría muy cara, al restarles dichas renovables horas de operación. Por eso, y aunque a corto plazo, gracias a la disponibilidad de cierta capacidad actual de respaldo, les sea más barato ‘pintar de verde’ su mix con renovables fluyentes, van a tener que incorporar, más pronto que tarde, un porcentaje relevante de centrales termosolares.
En España, la actual sobrecapacidad de potencia firme, tiene fecha de caducidad con las obsoletas centrales de carbón, con el cierre de las nucleares al llegar al final de su vida operativa y con el cierre anunciado de ciclos combinados. Por eso, España debería comenzar a reforzar su parque termosolar, para así poder afrontar esa transición hacia un sistema de bajas emisiones.
Además, el contenido local de las inversiones de estas centrales es superior al 75%, con efectos macroeconómicos muy positivos en el PIB, empleo, impuestos y ahorro de importaciones, lo que compensaría sobradamente las ayudas, progresivamente decrecientes, que fueran todavía necesarias. O la convergencia económica que un gran despliegue termosolar puede brindar a regiones, como Extremadura, Andalucía o Castilla-La Mancha, a las que, por motivos que sería complejo detallar, no se les facilitó el billete para coger el tren de la industrialización en su día.
Por todo ello, resultaría altamente positivo mantener la actividad de las empresas en nuestro propio país con un programa de adjudicación de unos pocos centenares de MW (200-300) anuales, primando las innovaciones tecnológicas y con incentivos decrecientes cada año hasta 2020, lo que nos permitiría poder seguir ofreciendo al mundo las referencias más avanzadas.
Alguna de estas nuevas centrales podría encajarse en los mecanismos de cooperación establecidos por la Directiva Europea de Renovables. Estas centrales podrían comprometerse a suministrar toda su producción, por ejemplo entre las 7 y las 11 de la noche o en cualquier otro momento en el que el precio de la electricidad en esos mercados fuese el más alto, a algún país centroeuropeo (Luxemburgo, Holanda, Alemania…).
Tenemos, por tanto, que mirar al futuro convencidos del valor que tiene la flexibilidad en la producción y que será cada vez más requerido por los responsables energéticos a nivel europeo y nacional. Solo con nuevos proyectos podremos seguir recorriendo la curva de reducción de costes que otras tecnologías renovables experimentaron gracias al gran volumen de proyectos apoyados.
Además, las centrales termosolares pueden representar para España ese sector tecnológico con grandes expectativas de crecimiento en el mundo en el que somos líderes y podemos seguir siéndolo. Desgraciadamente, no abundan en nuestro país casos similares al del liderazgo mundial del sector termosolar.