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Los alemanes han convertido casi 30 por ciento de su red eléctrica a energía solar y eólica respecto de casi cero hace alrededor de 15 años, lo que ha sido una gran contribución para la estabilidad de nuestro planeta y su clima.
Una semana en la Academia Estadounidense de Berlín me deja con dos sentimientos contradictorios: uno es que Alemania actualmente merece un Premio Nobel de la Paz, y el otro es que Alemania mañana tendrá que superar su pacifismo profundamente arraigado posterior a la II Guerra Mundial y convertirse en una seria potencia activa en el mundo. Y digo ambos como un cumplido.
El elemento central de la “Energiewende” o transformación de energía, fue una “tarifa de alimentación” sumamente generosa que hizo que los alemanes no tuvieran nada que pensar para instalar energía solar (o eólica) en casa y recibir predeciblemente un alto precio por la electricidad generada desde sus propios techos.
No hay forma de negar que los primeros días de la tarifa de alimentación fueron costosos. Los subsidios cuestan miles de millones de euros, pagados a través de un impuesto a la cuenta de electricidad de todos. Sin embargo, el objetivo no era meramente comprar más energía renovable: Era crear demanda que bajaría el precio de la energía solar y eólica para convertirlas en opciones accesibles de la corriente que prevalece.
En eso, Energiewende ha sido un éxito contundente. Con caídas de precios de más de 80 por ciento para la solar, así como 55 por ciento para la eólica, la energía de cero carbono ahora es competitiva aquí con los combustibles fósiles.
“En mi opinión, el mayor éxito de la transición energética de Alemania fue darle impulso a la industria de paneles solares de China”, dijo Ralf Fuecks, el presidente de la Heinrich-Boell-Stiftung la fundación política del Partido Verde de Alemania. “Nosotros creamos el mercado masivo y eso llevó al aumento de la productividad y una drástica caída del costo”. Además, ¡todo esto en un país en el que la punta norte tiene la misma latitud que la punta sur de Alaska!
Este es un logro que salva al mundo. Además, felizmente, a medida que el precio caía, los subsidios para nuevas instalaciones también se vinieron abajo.
Los alemanes que instalaron energía solar terminaron ganando dinero, razón por la cual el programa sigue siendo popular, con la excepción de las regiones productoras de carbón. Hoy día, más de 1,4 millones de hogares y cooperativas alemanes están generando su propia electricidad solar o eólica. “Existen ahora mil empresas de energía operadas por gente de la iniciativa privada”, destacó Claudia Kemfert.
Oliver Krischer, el vicepresidente del grupo parlamentario del Partido Verde, me dijo: “Tengo un amigo que llega a casa, y, si el sol está brillando, ni siquiera saluda a su esposa. Primero baja las escaleras y revisa el medidor para ver cuánta electricidad ha producido él. La idea ahora es que la energía eléctrica es algo que uno puede producir solo.
Es un nuevo suceso”. Además, eso ha creado tanta reacción en contra de las cuatro principales instalaciones de empresas públicas del carbón y nuclear que una de ellas, E.On, se acaba de dividir en dos empresas: una concentrada en exprimir las últimas ganancias del carbón, petróleo, gas y energía nuclear, en tanto la otra se centra en renovables. En broma, los alemanes las llaman “E.Of f” y “E.On.
Un problema: Alemania sigue teniendo toneladas de barato carbón sucio de lignito que se usa como energía de respaldo para la energía solar y eólica, porque el gas natural, más limpio, es más caro y la nuclear está siendo eliminada gradualmente.
Así que si esa es la historia con respecto a la energía renovable, ¿qué hay de la energía nacional? Dos generaciones después de la II Guerra Mundial, la reticencia de Alemania a proyectar cualquier tipo de poder fuera de sus fronteras está profundamente arraigado en la psiquis política aquí. Eso es algo positivo, dado el pasado de Alemania. Sin embargo, no es sostenible. Alemania tiene un peso impresionante hoy día -derivado de la calidad de su institución gobernante, su estado de derecho y el solo poder de su economía formada sobre negocios medianos- que es único en Europa.
Cuando se habla con funcionarios alemanes sobre Grecia, su principal queja no es sobre la política fiscal de los griegos, la cual está mejor en últimas fechas, sino sobre la podredumbre y corrupción en las instituciones gobernantes de Grecia. Los griegos “no pudieron poner en marcha las reformas estructurales que necesitaban, si querían hacerlo”, me dijo un oficial de finanzas alemán. Las instituciones de Atenas son un caos.
Con Estados Unidos menos interesado en Europa, Gran Bretaña desvaneciéndose de la Unión Europea y los últimos vestigios de ser una potencia militar en el mundo, Francia e Italia económicamente paralizados y la mayoría de los miembros de la OTAN encogiendo sus presupuestos para defensa, no veo cómo Alemania evite ejercer más liderazgo.
Sus sanciones económicas ya son el contrapeso de mayor importancia a la agresión rusa en Ucrania. Además, en el mar Mediterráneo, donde Europa enfrenta una creciente ola de refugiados (y donde Rusia y China acaban de anunciar que sus armadas efectuarán un ejercicio conjunto a mediados de mayo), Alemania tendrá que catalizar algún tipo de respuesta naval de Estados Unidos.
El peso relativo de poder alemán con respecto al resto de Europa solo sigue creciendo, pero no digan eso en voz alta aquí. Un funcionario de la cancillería alemana expresó su dilema de la siguiente forma: “Tenemos que acostumbrarnos a asumir más liderazgo y estar conscientes de cuán reacios están otros de ver a Alemania a la cabeza; así que tenemos que hacerlo a través de la UE”.
Thomas L. Friedman