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Hace poco más de tres semanas se inauguró el primer parque eólico de Perú en Marcona, Nasca, con once aerogeneradores de Siemens.
Desde hace un par de décadas, el viento es utilizado con fines ambientalistas y rentables, a través de la energía eólica. O sea, el sistema para transformar las corrientes de aire en energía eléctrica.
Son las once de la mañana del miércoles, en Marcona, y corre mucho viento. Estamos en la camioneta de Lourdes Llana, la relacionista comunitaria de Cobra, empresa transnacional encargada de la obra. La única manera para llegar hasta aquí es en cuatro ruedas. Son 15 kilómetros los que separan a la población de Marcona de los aerogeneradores. Y son ocho, desde donde se abre un caminito desnivelado y polvoriento, en el kilómetro 36 de la Carretera Interoceánica, hacia el cerro Tres Hermanas. Justo en el límite con Arequipa.
Mientras rebotamos en esta pista accidentada, donde los molinos (aerogeneradores para los tecnicismos) asoman sus cabezas, Lourdes, natural de Gijón, suelta por unos instantes el timón para celebrar con los puños cerrados, como si se tratara de un gol español en el Mundial, el hecho de que Marcona sea el primer parque eólico del Perú. “Vale, los primeros siempre seremos los primeros. Los segundos, ehhh, son eso”, sonríe.
En el 2009, Contour Global ganó la primera subasta de Recursos Energéticos Renovables (RER), y proyectó que sus parques eólicos de Cupisnique, en La Libertad (45 aerogeneradores; potencia de 83.15 MW) y Talara, Piura (17 aerogeneradores; potencia de 30.6 MW) estarían listos para los últimos meses del año pasado. Las huelgas y las deudas les cedieron el codiciado rótulo.
Aunque fueron inaugurados el 2 de mayo, en pleno aniversario de Marcona, los molinos entraron en operación el 25 de abril, tras un año de excavaciones, traslados y montajes.
Luego de 20 minutos, por fin tenemos a estos gigantes encima de nosotros. Son once, en dos filas, al pie de una bahía. Ocho de ellos tienen una potencia de 3.15 MW y tres, 2.3 MW. Suficiente como para abastecer a 30 mil familias. La emoción nos vence y vamos hacia ellos, pero Lourdes nos detiene y nos obliga a colocarnos los cascos. A pesar de que el movimiento parece sumamente lento, como el de un ventilador averiado, la punta del aspa alcanza los 350 km/h.
Los molinos trabajan a partir de una velocidad de tres metros por segundo. No obstante, los vientos que corren por estos lares en dirección sur-suroeste, llamados Paracas, oscilan entre los 10 metros por hora. Y, en ocasiones, llegan a picos de 20 metros por segundo. Su desplazamiento es constante y nada turbulento, haciendo viable el funcionamiento.
“Antes todo era un desierto. No había nada. Las primeras veces que vine pensé que estaba en la Luna”, cuenta Lourdes. Mientras conversamos, el fotógrafo se para debajo de uno de ellos, con curiosidad infantil. “Son como cuchillos cortando el viento. Es un sonido tenebroso”, dice bastante excitado.
A varios metros de los aerogeneradores se encuentra la subestación Tres Hermanas. Un bunker donde 12 operarios pasan sus días vigilando el paso del viento. Geoffrey Guisse, un peruano que radica en España desde hace diez años, es quien está a cargo. Lleva, precisamente, casi una década colocando estos colosos de tres palas. En España –asegura– es una tecnología tan extendida que el 40% del mix energético (satisfacción de la demanda eléctrica) es ocupado por la energía eólica. “Los países más desarrollados los tienen. Las energías renovables son un índice de desarrollo. Aquí recién estamos comenzando”, afirma.
En la Madre Patria los molinos de viento son un tema sensible para un gran sector de la población. En el 2012, según un estudio de la Sociedad Española de Ornitología, los 18 mil molinos que poseen en su territorio provocan cada año la muerte de más de seis millones de aves y murciélagos. En el caso de Marcona se han tomado las previsiones.
“No hay ninguna migración cercana. Las aves –explica Lourdes– tienen una altura más baja. Además hemos colocado unos dispositivos luminosos para ahuyentarlas. Los animales evolucionan, aprenden a no pasar por ahí”. Esa luz a la que se refiere Lourdes se llama baliza y es un faro que se ubica en la parte izquierda de los sensores para advertir a las aeronaves.
Pero si de cuestiones ambientales se trata, la energía eólica cuenta entre sus principales beneficios con la disminución en la emisión de 90 mil toneladas de dióxido de carbono (CO2) anuales.
De esta manera, evitará la quema de más de 20 mil metros cúbicos de combustóleo (residuos del petróleo). En resumidas cuentas, se reducirá la emisión de gases de efecto invernadero, uno de los principales objetivos de las naciones en la actualidad.
La subestación Tres Hermanas, además de pilotear el parque en tiempo real mediante un imponente ordenador conocido como Scada, eleva la tensión de 20 kilovatios a 220 kilovatios a través de un gran transformador. Después, mediante una línea de transmisión, es transportada hacia la subestación Marcona, ubicada a 31 kilómetros, donde la energía se inyecta al sistema eléctrico interconectado nacional (SEIN).
Aquí les pinchan el globo a los ciudadanos de Marcona. Los bajan del parque de diversiones, pues este distrito no está conectado al SEIN. La empresa Cobra genera la energía, pero no la distribuye. SHOUGESA, empresa que forma parte de Shougang, la minera china que extrae hierro de Marcona desde hace más de dos décadas, es la que tiene ese encargo, a través de su planta térmica. Ellos le venden la luz al municipio. Y estos a su vez a la población. El servicio, según los vecinos y los propios operarios de Cobra, es deficiente.
De hecho Geoffrey, Lourdes y Wilson Pineda (otro funcionario del parque) se mudaron a Nasca. Los continuos cortes de luz que sufrían en Marcona, sin previo aviso, sumado a la falta de agua potable (suministro del que también es responsable Shougang), los hizo tomar esa decisión.
Prefieren la molestia de viajar cuarenta minutos todos los días. Jack Ormeño y Nicola Pinedo, quienes se ocupan de la prevención de riesgos laborales, sí viven en Marcona. Hace más de un mes se quedaron sin luz durante tres días. Y solo ayer, Ormeño no tuvo agua durante todo el día. “El Estado no está llegando al pueblo. No se siente su presencia. Tanto que hablan de inclusión social”, critica Pinedo.
Bendita luz
Los catálogos turísticos promocionan a Marcona como la ‘Capital del Hierro’ o la ‘Cuna del Pingüino de Humboldt’. También resaltan las formaciones rocosas de sus playas, que adoptan las figuras de diversos animales, como tortugas, delfines y hasta elefantes.
Desafortunadamente, arriba de estas maravillas, miles de personas sufren los efectos de la informalidad y de la poca planificación. Marcona ha crecido con las invasiones, entre balazos y desalojos. Entre promesas y abusos. Desordenada. Caótica. Existen más de ocho asentamientos humanos en sus lomas.
Es jueves por la mañana, y nos encontramos en ‘Ruta del Sol’, uno de los más antiguos. A esta hora, en la que muchos salen a buscarse la vida, Julia, una anciana que pasa los setenta años, está lavando el ropón de una de sus nietas en un pequeño balde de pintura. El agua está plomiza. Hay que ahorrarla. Les llega una vez por semana, en una cisterna.
“Nos venden a cinco soles el cilindro. Y hay que corretearlos todavía, joven. A mí solo me alcanza para uno”, cuenta apenada. Julia se baña, echándose vasitos de agua sucia, y tapándose con trapos.
Rosa, una ama de casa que vive hace cuatro años en estas tierras con sus cinco hijos, experimenta algo similar. Para hacer sus necesidades se dirige con su familia, en fila india, hasta el barranco donde, al igual que muchos pobladores, ha construido un silo.
Rosa sí tiene luz. Se las ingenió para instalar una conexión eléctrica. “Es para alumbrar un poquito y para nuestro televisorcito”, dice, mientras Kevin, uno de sus hijos, hace una mueca de disgusto. “Por las puras es. Nunca puedo ver nada. Puro apagón hay”, se queja.
Por las noches, este lugar se sumerge en las tinieblas, convirtiéndose en escondite de delincuentes. El poste de luz más cercano está a más de cinco cuadras. “Muchos nos alumbramos con linternas o los que tienen, con celulares. A mí me han robado hace dos meses. Por eso intento llegar antes de las seis”, indica Teresa, otra vecina.
De nunca acabar
Son casi las nueve de la noche del miércoles, y un montón de gente se ha agolpado en el boulevard que está enfrente de la municipalidad.
Es la final de la Copa Inca entre Alianza Lima y la Universidad San Martín de Porres. Las pollerías y los bares están repletos. Las mujeres a las que este deporte de insensatos les da igual, conversan en las bancas. Los niños corretean por ahí. Es el lugar más iluminado del distrito. Y, por lo tanto, el más seguro.
“Cuando vi esas cosotas pensé que era un avión o un tren. Acá nos han mantenido al margen de todo”, sostiene acerca de los molinos de viento una chiquilla que prefiere no dar su nombre.
Augusto Changa, el secretario general del Sindicato de Empleados de Shougang, está en la misma sintonía. “Pensábamos que nos íbamos a beneficiar, pero ya ves. Todo lo manejan los chinos. Y, encima, cuando necesitan alimentar a la empresa, te cortan la luz. No puedes quejarte con el municipio”, estalla este palpeño que trabaja en la mina desde 1978. Tiempos donde la concesión estaba a cargo de Hierro Perú, la empresa estatal.
Antes de la entrada al parque eólico, al costado de la carretera, descansa un solitario molino de 40 metros. Está inoperativo desde el 2008. Sus aspas giran lentamente, como si el aire le pesara. Pertenece a Adinelsa, empresa que forma parte del Ministerio de Energía y Minas.
Para el alcalde Pedro Torres Obando representa la solución de este pueblo sombrío. “Estamos en conversaciones con el Ministerio para que le den mantenimiento y lo pongan en función. Da los 0,5 MW que requerimos”, asegura optimista.
Cobra también está en negociaciones con el Minem para darle un uso turístico al molino. Planean hacer una especie de visita guiada. Torres indica, entonces, que recurrirán al SEAL, una distribuidora de Arequipa. “Queremos independizarnos”, dice.
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