El despegue de la energía eólica en Cuba se podría materializar mediante ocho nuevos emplazamientos, con potencia total de 280 megavatios eólicos. La inversión traería ganancias, pero para lograrlas resultarán imprescindibles las lecciones de los cuatro parques eólicos instalados
Cuba tiene que enfrentar con celo la valoración de los resultados operacionales de los cuatro parques eólicos instalados, para desplegar este escenario de reservas energéticas. Atendiendo a sus limitaciones financieras también debe ser fiel al análisis de coste-beneficio y prever milimétricamente cada acción inversionista en este sector.
Esta lógica es la que debe sustentar el estudio del posible emplazamiento de ocho nuevos parques eólicos, con una potencia total de 280 megavatios, de cara al 2020, para los cuales habría que desembolsar un monto significativo, pero que se recuperaría, según Aleisly Valdés Viera, director de Generación de Emergencia y Fuentes de Energías Renovables, en un período de menos de diez años, a partir de las más de 216 000 toneladas de combustible que se ahorrarían anualmente para generar electricidad con las tecnologías convencionales.
Para tener una idea del salto que esta inversión significa, digamos que los cuatro parques eólicos en funcionamiento ahora solo tienen una potencia total de 11,70 megavatios.
Ante ese panorama, al que se sumarían otras ganancias, habría que poner sobre la mesa además la efectividad de las inversiones, y las valoraciones sobre las condiciones requeridas para asegurar el rendimiento y sostenibilidad de esos proyectos, mas el saldo de experiencias que aportan los ubicados en Ciego de Ávila, la Isla de la Juventud y Holguín.
El proceso de asimilación de esta tecnología en Cuba se remonta a finales de la década de los 90 del pasado siglo, cuando la Isla de Turiguanó, en Ciego de Ávila, diversificó su paisaje con dos grandes aerogeneradores.
Este parque eólico demostrativo, inaugurado el 21 de abril de 1999, se convirtió en la primera experiencia con este tipo de energías renovables en la nación antillana, con el pequeño potencial de 0,45 MW, lo cual benefició a unas 2.248 personas de varios asentamientos del lugar.
El parque eólico, según se precisa en el sitio web de Cubasolar, cuenta con dos turbinas eólicas de mediana potencia interconectadas al Sistema Eléctroenergético Nacional, y además de los niveles de generación que brinda esta tecnología, no provoca daño al medio ambiente.
La promoción de esta iniciativa continuó en ascenso. En 2005 se inició un programa con el propósito de instalar otros parques eólicos, con el fin de caracterizar el potencial energético eólico en todo el país, midiendo la velocidad del viento a varias alturas para identificar las zonas más ventajosas, y conocer las tendencias mundiales de crecimiento y desarrollo de diferentes tecnologías eólicas, entre otros objetivos.
El primer fruto de este empeño fue el parque eólico experimental Los Canarreos, en la Isla de la Juventud, que consta de seis turbinas eólicas de la compañía francesa Vergnet.
Estos aerogeneradores tienen la singularidad de ser abatibles, precisó Juan Carlos Granela, director de la unidad empresarial de base Grupos Electrógenos de Emergencia y Fuentes de Energías Renovables en ese territorio, lo que facilita que ante la amenaza de un huracán las torres que soportan las góndolas pueden ser bajadas hasta en 45 minutos, para garantizar su protección.
El hecho de que la Isla de la Juventud se encontrara en el centro del camino de los vientos alisios, así como que la zona tuviera suelos firmes, elevados y un valle, fueron razones de peso para el emplazamiento.
Juan Carlos Granela precisó que el parque eólico durante un lustro de explotación ha permitido un ahorro de 1.428 toneladas de combustible y de unos 139.481 dólares. «Los Canarreos, inaugurado el 24 de febrero de 2007, tiene una capacidad de 1,65 megavatios», añadió.
En opinión de Luis Morales, jefe de Operación y Mantenimiento de este emplazamiento, entre los más valiosos resultados del proyecto figuran las experiencias en la organización y logística de este tipo de inversión, la formación de especialistas y la integración de un parque eólico a una red eléctrica.
En el parque eólico trabajan cuatro personas: dos mecánicos e igual número de eléctricos; se controla a distancia y existe un programa de mantenimiento estable. «Sin embargo —explicó Morales—, como las máquinas son automáticas y funcionan con una programación interna (software), el hombre tiene que estar preparado para dar mantenimiento y hoy estamos demandando de esa capacitación».
Entre los aportes, los especialistas de Cubasolar incluyeron que ante la amenaza de huracanes se adquirieron experiencias en la prevención o atenuación de sus efectos. «Y aunque se escogió precisamente esta singular tecnología “anticiclónica”, el Gustav (2008) ocasionó daños en dos palas», acotó Morales.
El jefe de Mantenimiento explicó que «la principal afectación que sufre esta tecnología es por descargas eléctricas provocadas por el clima, y aunque Vergnet colocó supresores de voltaje en las líneas de control y de fuerza, además de los pararrayos, cuando un “bicho de esos cae” no cree en nada».
Contó que estas máquinas «leen» los vientos y arrancan con un mínimo de energía cuando estos viajan a cuatro metros por segundo; tienen sensores que determinan la dirección y alinean automáticamente las paletas para aprovechar mejor la energía. «De acuerdo con mi experiencia en estos cinco años, los meses de otoño e invierno son mejores para la generación, mientras en julio y agosto son menos eficientes».
Entre las ganancias de Los Canarreos, a criterio de los trabajadores, se pudiera mencionar su capacidad para alumbrar a los poblados de La Reforma y Juan Delio Chacón, pero esta realidad no es la más representativa, porque las dimensiones de dichos asentamientos son pequeñas y no poseen desarrollo industrial.
Este tampoco es el lugar de cuyo nombre nadie quiere acordarse, aunque el paisaje se dibuje en el horizonte semejante al de La Mancha. Es la costa norte de la provincia de Holguín, y específicamente el municipio de Gibara, donde se levantaron dos nuevos parques eólicos para reconvertir la fuerza de los vientos en energía limpia, uno en 2008 y el último en 2010, con una potencia instalada de 5,1 y 4,5 megavatios, respectivamente.
En una mirada retrospectiva a ambos proyectos, el paso arrollador del huracán Ike (2008), particularmente sobre las instalaciones del primer parque, fue la experiencia más extrema a la cual fueron expuestos los trabajadores de ese enclave.
Lo asombroso de esta vivencia resultó la «puntualidad» con que se desencadenó el fenómeno atmosférico, pocos meses después de la puesta en marcha de los seis aerogeneradores de tecnología española que integran ese primer parque eólico.
Según rememora José Luis Pifferrer Martínez, director de la unidad empresarial de base Generación Eólica de Gibara, los mayores impactos no se vieron de inmediato sobre las torres, sino contra la casa de control del Gibara I y su subestructura, construida a un solo nivel y a menos de cien metros de la costa, con ventanas y puertas de aluminio y cristal. De las seis torres, la que a menos distancia se halla del mar está a unos 60 metros.
La actual plantilla, según el joven ingeniero mecánico Rolando Gómez Gómez, es de 11 trabajadores: cinco ingenieros, cuatro técnicos de nivel medio y dos obreros calificados, cuyo promedio de edad no supera los 35 años.
Gómez Gómez reconoció que los conocimientos de los especialistas extranjeros, tanto antes como durante la construcción del parque, se aprovecharon al máximo, pero los trabajadores eran conscientes de que el devenir les seguiría poniendo otras pruebas, como la corrosión.
Las señales del salitre se hicieron visibles, primero sobre las estructuras metálicas o torres que soportan los aerogeneradores. Con el tiempo, también comenzó a hacer de las suyas sobre las instalaciones eléctricas y electrónicas de los aerogeneradores.
«Esta inseparable compañera de la vida en el parque nos ha obligado a redefinir, incluso, los protocolos que tenemos contemplados para el mantenimiento e incorporar otras fórmulas que no estaban previstas ni por los fabricantes. Las medidas más elementales consistieron en la aplicación de pintura anticorrosiva sobre las paredes exteriores de las torres», sostuvo Pifferrer.
«Hemos creado —argumentó el directivo— filtros para las ventanillas y puertas de acceso. Los resultados son palpables, pues hemos logrado reducir el impacto de la oxidación».
La mejor evidencia del aprovechamiento de las experiencias fue la construcción del parque Gibara II, en cuya proyección se tuvo en cuenta un elemento como la distancia de la costa. La casa de control del Gibara II también se encuentra a una mayor altura sobre el nivel del mar y a unos 400 metros de la línea costera.
Más lejos de una posible penetración del mar, en la segunda planta de este edificio se encuentran emplazados los sistemas de control y mando de los aerogeneradores de procedencia china, mientras las puertas a cada una de las torres se concibieron a mayor altura sobre el terreno.
Entre los aportes acumulados por el personal se encuentra el perfeccionamiento de los sistemas de control, realizado por el joven ingeniero en Automática Sandro Claro Díaz, quien creó lo que él denomina el Sistema Integral de Operación para Generación Eólica, un programa informático que facilita el registro de datos estadísticos sobre el funcionamiento de cada máquina.
«Desde el primer momento apreciamos que tampoco existía un sistema para el acopio del gran volumen de información que genera un parque eólico y que puede ser susceptible de estudios posteriores», narró Sandro, quien refirió que «esta es una herramienta que nos permite tener el control estadístico, y para estudiar variables que puedan alertarnos a tiempo, por ejemplo, de una avería, así como de sus posibles causas».
Pero las enseñanzas no concluyen aquí. Tal y como aseveró Pifferrer, cuando se puso en funcionamiento el parque tampoco se contaba con todas las herramientas. «Por eso el diseño y construcción de algunos medios para afrontar el mantenimiento o el recambio de piezas, han sido otros de nuestros aportes».
En opinión de algunos fabricantes, estas tecnologías tienen una durabilidad aproximada de 20 años, mas es presumible que la cifra sea inexacta, pues puede variar en dependencia del comportamiento de varios factores, como el habitual de los vientos.
Para el director de los parques de Gibara, la generación eólica continúa siendo una tecnología aún novedosa para el país, pero de lo que nadie duda es de su futuro promisorio, y para ello se debe hacer mayor hincapié en la formación de quienes laborarán en estos enclaves, y en la creación de espacios para el intercambio de experiencias o el diseño de programas de capacitación que aseguren una preparación permanente, porque se trata de una tecnología costosa y con un avance impetuoso.
Una revisión del uso de la potencia eólica en nuestro país mostró que las principales oportunidades están en la región norte, desde Villa Clara a Guantánamo.
A partir del diseño del Mapa de potencial de parques eólicos en Cuba, y los estudios de prefactibilidad, se evaluó desplegar hasta 2020 ocho nuevos emplazamientos: seis de 30 megavatios y dos de 50 MW. De estos, tres en Banes, Holguín; dos en Jesús Menéndez, Las Tunas; uno en Sierra de Cubitas, Camagüey; uno en Chambas, Ciego de Ávila, y otro en Corralillo, Villa Clara.
Ante esta proyección, Aleisly Valdés Viera, director de Generación de Emergencia y Fuentes de Energías Renovables de la Unión Eléctrica, manifestó que los cuatro parques precedentes, como proceso experimental, evidenciaron insuficiencias que lastran su rendimiento energético, disponibilidad técnica y fiabilidad operacional, lo que encarece su mantenimiento y operación.
Estas deficiencias, propias del proceso de asimilación de nuevas tecnologías, a su juicio, nos ponen ante la toma de acciones correctivas para la próxima etapa, como realizar una sólida preparación técnica y comercial para contratar los futuros parques, que incluya elaborar instrucciones técnicas y comerciales que establezcan los requerimientos de los equipos y las condiciones de verificación de su calidad.
También habría que incluir el suministro de toda la información de diseño relevante para realizar comprobaciones del estado de componentes principales y auxiliares, y cartas tecnológicas de mantenimiento con determinadas especificaciones.
Según el directivo se impone contratar un período extendido de supervisión por el fabricante y adquirir los medios para la predicción de fallos; e incluir el adiestramiento integral del personal técnico de ingeniería, operación y supervisión, así como garantizar el suministro de repuestos.
Valdés Viera insistió en que hay que realizar además una fuerte preparación técnica de obras con la participación de las entidades contratadas, desde la etapa de coordinación de planes, y en la puesta en marcha debe participar todo el personal directamente vinculado a la ingeniería, la operación, el mantenimiento y la supervisión.
Recalcó que habrá que ser rigurosos con el cronograma de ejecución para recuperar en el tiempo previsto la inversión, y para ello es necesario un análisis integral de cada escenario y de todas las variables.
Para el éxito de estas propuestas —precisó— hay que lograr mayor integración con la producción nacional, con la identificación de los componentes que puedan elaborarse aquí, y contar con la transportación idónea y con los medios de izaje.
La apuesta de Cuba por esta alternativa repercutiría no solo en el orden económico (el costo de producción de un kilovatio eólico es de tres centavos, mientras que el de la generación convencional es de 27 centavos), sino que estas torres gigantes nos salvarían, refirió Valdés Viera, de la emisión de 184.000 toneladas al año de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Pero para su efectividad no podrán eludirse las lecciones de los cuatro parques eólicos existentes.
Yailin Orta Rivera, Roberto Díaz Martorell y Héctor Carballo Hechavarría, www.juventudrebelde.cu