Esta ofensiva -por otra parte, muy bien orquestada- constituye un nuevo atentado contra el sentido común, un nuevo paso atrás, una patada a ese futuro que nos está exigiendo -y en el caso de España ofreciendo como oportunidad por su demostrado potencial- el necesario, en cualquier caso, cambio de modelo energético, un cambio ahora forzado por el cambio climático, como un día sí y otro también alertan los informes de los organismos internacionales.
Paralizar ahora el desarrollo de las energías renovables, como reclama Unesa y las empresas que forman parte de esta patronal, es algo más, es mucho más que una errónea política energética. El nuevo Gobierno tiene la obligación de ignorar los cantos de sirena sobre supuestos ahorros para los consumidores de los que piensan exclusivamente en sus dividendos -muy cuantiosos por cierto y a contracorriente de estos tiempos de austeridad- y afrontar la crisis de la economía aliviando uno de los principales puntos débiles de la nuestra: la elevada factura que pagamos por los hidrocarburos que importamos.
Y para empezar nada mejor que un recorte allí donde de verdad es necesario: en el consumo energético. Son necesarias e imprescindibles las políticas de ahorro y eficiencia -un primer paso en el camino de desenergizar nuestra economía- en las que existe un amplio margen de mejora para introducir racionalidad en el uso que hacemos de los recursos energéticos, y que hoy podemos calificar de despilfarro. En segundo lugar, renovando la apuesta por las energías renovables, que han demostrado ser la más eficaz de las herramientas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (más de 32 millones de toneladas de CO2 en 2010) y la dependencia del exterior (ahorro de importaciones de gas por importe de cerca de 2.500 millones de euros), una dependencia que en el caso de nuestro país es casi suicida, con cerca del 90% en energía primaria si incluimos la energía nuclear, dado que importamos el combustible que utiliza. Unas tecnologías renovables que han demostrado ya viabilidad y cuyas ventajas alcanzan su verdadero valor en su complementariedad para formar el mix energético cien por cien renovable, el único que podemos considerar sostenible para dar respuesta a los retos a los que nos enfrentamos, como el que ya diseñan países de nuestro entorno.
A los beneficios intrínsecos como tecnologías renovables (energías limpias y autóctonas) hay que añadir y destacar la creación de un entramado industrial con miles empresas y decenas de miles de puestos de trabajo en un sector tecnológico de futuro, con un liderazgo de nuestras empresas reconocido internacionalmente. El éxito de la industria eólica, por ejemplo, puede considerarse la punta de lanza o ejemplo elocuente de que el cambio de modelo energético es el eje central de un cambio de modelo productivo, la puerta a una nueva economía en la que seguramente está la respuesta a una crisis enmarañada en el ámbito financiero, nueva economía ante la que España se encuentra todavía en posición envidiable.
La Fundación Renovables y otras organizaciones señalaban recientemente que "solo la defensa de los intereses de las tecnologías convencionales justifica el parón al desarrollo de las energías renovables, pues los problemas estructurales que las hacen imprescindibles en nuestro mix energético son todavía hoy más acuciantes". Debemos lamentar que la defensa de esos intereses, que -insistimos- no son los del conjunto de la sociedad, se quiera poner rumbo equivocado en una política esencial en nuestra sociedad. Los nuevos responsables de la política energética no deben capitular ante los intereses de las tecnologías convencionales, en contra de lo que el mundo, Europa y nuestro entorno están haciendo. Pueden y deben evitar esa patada al futuro que le reclaman desde Unesa.
Sergio de Otto / Domingo Jiménez Beltrán. Fundación Renovables, www.fundacionrenovables.org