No, no es cierto que a medio y largo plazo necesitemos todas las tecnologías. Sabemos que unas son más deseables que otras; sabemos que unas son más inseguras que otras; sabemos que unas son más sostenibles que otras; sabemos que unas tienen más retornos socioeconómicos que otras; sabemos que disponemos del recurso de unas y que no lo disponemos de otras; sabemos que tenemos tecnología propia de algunas y que la importamos para otras; en definitiva, sabemos lo suficiente para poder elegir y esta es la cuestión clave: optar, abandonar el buenismo del todas son necesarias y definir cuáles son las opciones con futuro, en qué proporción y que decida finalmente la sociedad.
Aun a riesgo de ser tachados de oportunistas o demagogos, si el compromiso es con un sistema energético sostenible como meta ineludible antes de 2050, parece irrefutable que en el estado actual de las tecnologías -y con los cambios previsibles en estas cuatro décadas- de las tres fuentes de energía que pueden significar una aportación masiva en este periodo, el carbón, la nuclear y las energías renovables, solo estas últimas reúnen los requisitos para ser denominadas "sostenibles". Lo son porque satisfacen las necesidades actuales sin limitar las posibilidades de las generaciones venideras; porque contribuyen a la mitigación drástica del Cambio Climático con una reducción decisiva de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI); porque minimizan los riesgos y contaminaciones de todo tipo -incluida la radiológica-; porque no trasladan costes y riesgos al futuro; porque disponemos del recurso, de la tecnología, del tejido industrial; porque vemos como sus costes bajan mientras suben los de las tecnologías convencionales y así un largo capítulo de ventajas con solo algunos inconvenientes, que pueden superarse con la complementariedad de las distintas tecnologías renovables como analizamos más adelante.
Veamos qué sucede con el resto de las tecnologías que podrían tener un papel masivo. Respecto al carbón es obvio que, aún incluyendo el llamado "carbón limpio", con la ayuda de los Sistemas de Secuestro y Almacenamiento del CO2 -cuya viabilidad económica y práctica está por demostrar-, esta apuesta significa mantener en gran parte las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), los altos impactos de su extracción y de su combustión y la contaminación atmosférica.
En cuanto a la energía nuclear para empezar es necesario recordar la estrecha vinculación entre el uso civil y militar, relación sobre la que se pasa de puntillas en tantas ocasiones. Efectivamente, no solo coinciden los países que detentan o monopolizan ambas facetas de la energía nuclear sino que incluso, a veces, como es el caso del comercio de Rusia con India, se ofertan en un mismo paquete las armas y las centrales nucleares. Eso sí, por otro lado, se argumenta que a ciertos países se les debe limitar el desarrollo de plantas de enriquecimiento aludiendo a razones de seguridad y riesgo de proliferación nuclear.
En el estado actual de la tecnología -la de fisión-, tiene en sí todos los parámetros de insostenibilidad. El primero y principal, aunque hoy se minimice su importancia, es que supone transmitir a las generaciones venideras, y por miles de años, una carga irresponsable: los residuos radiactivos. ¿O habría que llamarles "inquemados" por la baja eficiencia en la fisión, dígase inmadurez, de la tecnología actual? Sí, "inquemados" porque el uso del combustible "alternativo" del reactor 3 de Fukushima, el MOX que incorpora en parte plutonio "inquemado", residuo de los reactores de uranio enriquecido, es un intento más de incrementar la baja eficiencia y reducir los residuos de esta tecnología, eso sí con los riesgos que estamos viendo hoy.
Es, en efecto, una tecnología intrínsecamente insegura y requiere unas capacidades tecnológicas y de gestión que la excluyen de su aplicación en la mayoría de los países en desarrollo, que ya se cuidarán de ello los países desarrollados. ¿Podemos en un mundo globalizado optar por una tecnología que no queremos que tenga la otra mitad de la humanidad?
Por último, y en contra del mito que se viene difundiendo, la nuclear es cara y con costes en aumento y ahora, después de Fukushima, aún más, al verse obligada a internalizar mayores costes de seguridad. Lo sabemos y la propia industria nuclear lo reconoce cuando pide avales, subvenciones y tarifas especiales para sus cuantiosas inversiones a las que las instituciones financieras están dando la espalda.
En el caso de España, debemos añadir una consideración, no menor, al ser una fuente no autóctona (a pesar del truco contable de la OCDE de considerarlo así) y en la que dependemos totalmente del exterior. No tenemos ni la tecnología básica, ni las capacidades para producir el combustible enriquecido o para el reprocesamiento del combustible irradiado.
Y por ahora esta es la tecnología nuclear disponible y vislumbrable a medio plazo, ya que un sistema avanzado de fisión o la soñada fusión, que podrían resolver algunas de las limitaciones actuales, parecen hoy una quimera.
Por todo ello, la opción de las energías renovables no solo es la base de la optimización de la oferta energética como única fuente futura de aprovisionamiento masivo de energía sostenible en el estado actual de la tecnología, sino que además -y debido a que facilita un sistema de generación distribuida y de autogeneración, y en el futuro de autosuficiencia por parte de los propios usuarios, lo que sin duda asusta a los grandes agentes del sector energético- contribuye a racionalizar la demanda, a acercarla e integrarla con el suministro a nivel de usuario y en áreas extensas a través de redes energéticas inteligentes. También porque estas características positivas adquieren más valor en los países emergentes y en vías de desarrollo.
Mientras el coste de las tecnologías renovables disminuye a pasos agigantados el de las convencionales, sean de origen fósil o nuclear, no hace más que aumentar. La eólica ya ha alcanzado prácticamente costes competitivos en 10 años de desarrollo y la fotovoltaica ha disminuido sus costes a la mitad en menos de cinco años y se espera que al menos en España alcance la paridad de red (coste de generación similar al que paga el usuario final) en otros cinco.
En cuanto a su limitación, no poder disponer de ellas cuando se necesitan, existen soluciones en un mix energético -sí, solo de renovables-, como son la hibridación con la hidráulica o la biomasa, de la eólica y la solar, el vehículo eléctrico como almacén de energía eléctrica, una verdadera gestión de la demanda y otras muchas posibilidades por desarrollar, cuando invirtamos el porcentaje de subvenciones al I+D hoy abrumadoramente a favor de las tecnologías convencionales.
Estamos, pues, ante una gran opción estratégica. Es cuestión de voluntad y coraje político, de contar con el apoyo de la sociedad y no solo de las empresas energéticas como hasta ahora; es cuestión de visión de futuro no de mirar al pasado, con planificación a medio y largo plazo (si es posible con pacto político) y de definir el camino, con objetivos cuantitativos ambiciosos y medidas concretas, entre las cuales, ciertamente, no pueden faltar dos que ahora parecen a la deriva: prioridad a la inversión en I+D+i en energías renovables y potenciar su desarrollo y maduración a través de su implantación generalizada. Sí, debemos elegir y la opción estratégica son las renovables con el apoyo del ahorro y la eficiencia.
Los vehículos eléctricos con baterías de litio no emiten CO2 ni dañan el medio ambiente, siempre que la electricidad provenga de energías renovables, como la eólica, la energía solar fotovoltaica y la termosolar. Los aerogeneradores podrán suministrar la electricidad al vehículo eléctrico, que en un futuro servirán también para almacenar y regular la electricidad intermitente del sector eólico.
Domingo Jiménez Beltrán y Sergio de Otto son patronos de la Fundación Renovables.