Los efectos de la recesión económica que estamos viviendo sobre la demanda energética y, consecuentemente los precios, nos ocultaban la auténtica crisis estructural en la que estamos inmersos. Pero de repente hemos tenido una clara perspectiva de lo que será el futuro, debido ante todo a los efectos de la crisis libia, y han saltado todas las alarmas.
En estas semanas, se han alcanzado unos precios de los hidrocarburos que la AIE no vaticinaba, en el peor de sus escenarios, hasta el año 2015. Y el Gobierno afirma que por cada 10 dólares de subido del crudo el importe de la factura energética de nuestro país sube 6.000 millones de euros, cantidad equivalente a la prima que recibe el sector eólico durante, aproximadamente, cinco años. En este contexto, la discusión sobre las primas al sector cobra otra dimensión. Y si a este escenario le añadimos los desgraciados acontecimientos de Japón, la problemática de los análisis energéticos se nos presenta en toda su complejidad.
Sin pretender ser la solución a nada, la energía eólica es parte de ella, y una parte importante. Para comenzar porque, además de ser una fuente de energía limpia, es nuestra fuente de energía. Porque el viento, que es su materia prima, es nuestro viento, y es ajeno a los conflictos internacionales y a la volatilidad de los precios de otras fuentes energéticas.
Porque, además de poseer el recurso, tenemos la tecnología. Tecnología nacional que hace que España se encuentre entre los países líderes del sector y que nos posiciona en el mapa tecnológico internacional. Tecnología que, además, en contra de la imagen que se ha querido dar, ha tenido un crecimiento ordenado y de acuerdo a los objetivos fijados. La eólica terminó el año 2010 con 20.600 MW instalados, en el entorno de los 20.155 MW previstos en la planificación oficial, y aportó un 16% de nuestro consumo eléctrico. Tecnología que por cada euro de prima recibido ha ahorrado 1,20 euros a la factura energética y ha generado tres euros de riqueza. Todo ello, con una de las tarifas eólicas más baratas de Europa.
El sector está convencido de que nuestra economía y nuestro país necesitan la energía eólica. Pero nuestro sector se encuentra en una importante encrucijada. Finalizada la regulación en vigor, es necesario, cuanto antes, alcanzar una visibilidad a largo plazo de nuestro futuro. Se trata de un sector regulado y, como tal, no puede continuar invirtiendo si desconoce la regulación. Regulación que en primer lugar debe respetar el objetivo enviado a Bruselas de 35.000 MW en tierra y 3.000 MW marinos para el año 2020. Objetivo que se debe alcanzar con un marco regulatorio basado en el actual. No hace mucho la Comisión Europea reconocía que es el más eficiente de Europa y, como afirma una vieja sentencia del mundo de los ingenieros, “lo que funciona no se cambia”. Estamos de acuerdo en que será necesario ajustar la regulación a las nuevas circunstancias y desarrollos, pero eso no significa que nos tengamos que lanzar, precisamente en estos momentos, a hacer experimentos, particularmente si ya se han probado y fracasado en otras latitudes.
En esta encrucijada, no nos podemos olvidar tampoco de las comunidades autónomas y ayuntamientos que, no contentos con la importante riqueza y empleo que la eólica genera allí dónde se instala, han visto en el sector una nueva fuente de rentas e, incluso, realizan concursos que atentan contra la sostenibilidad del modelo.
Estamos convencidos que la energía eólica es una muy buena inversión para nuestra economía, por facilitar energía limpia a un precio competitivo a medio plazo y por haber sido el germen de un sector industrial, intensivo en I+D, exportador y fuertemente internacionalizado, un modelo de lo que deben ser los sectores económicos que pueden sacar a nuestro país de la crisis actual. Para que pueda seguir siéndolo, es necesario un ejercicio de responsabilidad por parte de todos los actores implicados.
He titulado este artículo parafraseando el título de una conocida película americana de los años setenta (Cuando el futuro nos alcanzó). Y no me gustaría tener que escribir otro dentro de unos años citando una frase de otra película, esta vez italiana, de la misma época: “Nos había llegado el futuro y no nos dimos cuenta”.
Los vehículos eléctricos con baterías de litio no emiten CO2 ni dañan el medio ambiente, siempre que la electricidad provenga de energías renovables, como la eólica, la energía solar fotovoltaica y la termosolar. Los aerogeneradores podrán suministrar la electricidad al vehículo eléctrico, que en un futuro servirán también para almacenar y regular la electricidad intermitente del sector eólico.